18 julho, 2013

Oscar Galíndez: Estoy viendo hace rato la luz al final del túnel


Por Eugenia Mastri - Mundo D - La Voz del Interior - 14 de julio de 2013

Tela por cortar. A los 42 años, el riotercerense sigue en la máxima exigencia mundial, pese a que el cuerpo ya le pasa factura. En menos de dos meses, competirá en el Mundial de duatlón y en el de Ironman 70.3.



Pide un café con leche y se sienta. El sol atraviesa los grandes ventanales e ilumina la mitad de su rostro. Sus ojos celestes resaltan y su relato se empieza a inundar de pasión. La tarde cae y sus ojos se van enrojeciendo hasta que ya no puede contener la emoción y una lágrima se escapa a la fuerza, y le allana el camino a las otras. Hace una pausa e intenta reponerse. Explica que la exigencia de triatlón se traduce en sensibilidad para él, que es “ciento por ciento emocional”. Pero las palabras sobran. Habla de su familia y se vuelve a movilizar.
Oscar Galíndez ya no es aquel adolescente que miraba El deporte y el hombre de “Pancho” Ibáñez para admirarse con la fortaleza de los que corrían los Ironman. El riotercerense se transformó en un “hombre de hierro” y en 27 años le dio al país más logros que ningún otro deportista en su especialidad. Y va por más, porque a fin de mes competirá en el Mundial de Duatlón en Cali; y en septiembre luchará en el Mundial de Ironman 70.3 de Las Vegas.
Galíndez hoy tiene 42 años y la misma pasión de siempre, y aunque reconoce que su cuerpo ya acusa el paso del tiempo, los cronómetros siguen estando de su lado. Tanto, que en febrero último ganó el Ironman 70.3 de Panamá tras reponerse de las lesiones que le ocasionó un accidente de tránsito en julio pasado, cuando se entrenaba con su bici en las rutas de Córdoba.
Quizá, de aquel traumático episodio lo que más le cuesta es recuperase psicológicamente. “Ando con temor en la ruta desde el accidente”, lamenta. Pero él sigue, y trata de aportar un granito de arena con una campaña de concientización vial.
Sí, admite, que ya ve “la luz blanca al final del túnel”. “Siempre fui como un roble, pero siento que me están tocando la puerta. No hay día que no me levante con dolores”, amplía. Pero una vez más, sigue.
“La principal píldora es la pasión, pero lograrla es difícil. Ya estoy muy cansado. Estoy viendo hace rato la luz al final del túnel", reconoce Galíndez.
“La principal píldora es la pasión, pero lograrla es difícil. Ya estoy muy cansado. Estoy viendo hace rato la luz al final del túnel. Quiero llegar pero se me escapa, porque me voy poniendo objetivos a corto plazo. Después del accidente me fui renovando con un buen resultado como el de Panamá. Eso me motivó a darle continuidad. Todos me ven con el pelo lleno de canas, pero la fuerza va por dentro”, cuenta sobre su continuidad en los primeros planos.
Y en su planificación “a corto plazo” su agenda marca el Mundial de Ironman 70.3 en septiembre. Pero en el camino hará escala en Cali (Colombia) para volver a dar pelea en un Mundial de Duatlón, competencia que no disputa desde que en 1995 se consagró campeón.
“Va a ser mi primera vez desde que salí campeón mundial. Creo que la cuestión emocional es la que hizo que perdurara durante casi tres décadas. Lógico que tengo los pies sobre la tierra. Yo pongo siempre lo mejor que tengo, pero hay que ser consciente, por eso tomo a Cali como un entrenamiento”, explica.
Y con la misma impronta saldrá hoy a pedalear 50 kilómetros en el Duatlón de Río Tercero, haciendo posta con el villamariense Natalio Puebla. “Lo hago porque me sirve y también para reencontrarme con la gente y para apoyar a la actividad de Córdoba. Es una forma de devolverle algo al deporte”, dice.
Hasta las lágrimas. En 27 años en la elite, Galíndez se consagró campeón mundial de duatlón y alzó 30 títulos entre Ironman, Ironman 70.3, campeonatos sudamericanos y panamericanos de triatlón; además de ser 10 veces campeón argentino y celebrar más de 15 en Brasil, donde vive desde hace 18 años. Los números se amplían aún más al considerar las medallas de plata y bronce, como el subcampeonato mundial de Ironman 70.3 que consiguió en 2007.
Pero el cordobés atesora también un logro que no se materializó en una presea: fue el primer triatleta olímpico argentino.
“Soñaba con que el triatlón se tornara olímpico. Lo tomé como una experiencia única. Pero fue muy frustrante lo que me pasó”, recuerda, y su voz se empieza a quebrar.
“Mi objetivo era que no me sacaran tanto en el agua y llegué a salir bien, y en la bici nos igualamos todos. Busqué escaparme como para tener un momento de gloria con otros dos competidores y nos reconectaron. Ahí pinché un neumático, perdí 1m10s y llegué a 2m35 del puntero. Si yo descontaba ese tiempo llegaba octavo. Iba a ser histórico. Nunca nadie en Latinoamérica lo logró y va a ser duro que lo logren. Ahí dije ‘finish’ (final), me dedico al Ironman”, subraya y ya no puede contener el llanto. Explica que esas lágrimas no son de tristeza. Que es la pasión lo que lo moviliza. Y asegura que “haber estado en un Juego Olímpico fue una gran alegría”.
Las mismas lágrimas vuelven a recorrer su rostro cuando habla de su familia. De su hijo Thomas, que también hace triatlón, de la “nena” Sofía y de “la Flaca”, su mujer, que es de hierro y que está esperando un nuevo hijo.
“Cuando fui al Mundial de Duatlón, en el ‘95, la llamé por un teléfono público y le dije que había sido campeón del mundo, y ella me dijo que iba a ser papá. Ahora voy de nuevo al Mundial de Duatlón y va a nacer otro”, dice y se vuelve a emocionar.
–Te toca traer el título...
–Eso sería un milagro por dos, y habría que hacerme un monumento. Capaz si sale así me retiro... ¡y no voy ni a Las Vegas!

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